Columna
Por Mouris Salloum George
Es universalmente aceptado que los tiempos de gloria del Imperialismo yanqui coincidieron con el triunfo de los aliados en la Segunda guerra mundial, la guerra fría, la fuerza política y económica de la Casa Rockefeller, el Plan Marshall, los organismos internacionales tipo OTAN, las bases militares apuntando hacia la URSS y toda la parafernalia que conocimos.
No se pueden separar ninguno de los anteriores fenómenos con la época que los produjo. De la Segunda guerra surgió invencible el Imperio que existió. La enorme influencia de los militares y de los aparatos de inteligencia y penetración que fecundaron los espíritus febriles de los proimperialistas de todas latitudes.
La soberbia inigualable de los aparatos de dominación financiera y obviamente política de los emporios como la Casa Rockefeller, de donde salieron casi todos los candidatos a la presidencia estadunidense, se reveló en la frase lapidaria de “dios salve a la Standard Oil”, y no era en vano. En ese emporio petrolero se reflejaban las clases políticas dominadas y el curso de todos los acontecimientos.
Eran auténticas dinastías que hasta se dieron el lujo de habilitar al viejo general retirado Marshall para ofrecer todo un paquete de ayudas económicas y financieras condicionadas dizque para la restauración de las capitales europeas, que ellos mismos o sus socios habían devastado. Todo un ícono de la guerra fría.